Reflexionar en torno a la intervención educativa, implica abrir la mirada hacia diferentes direcciones; después de leer y analizar la lectura “Tres principios de la acción educativa”, es posible ver a la intervención docente como una relación de ayuda cuya meta es la autoayuda, es decir, una educación basada en la conformación de alumnos autónomos, aptos para tomar decisiones por si solos, de decidir, criticar e interactuar en el mundo de forma responsable y libre.
Es posible pensar a la intervención como una forma de influencia capaz de “producir ciertos efectos en algo o en alguien”, Gonzales J. L. y Carbajo, F. (2005), como una influencia mutua entre el educador y el educando donde ambas partes se comprometen y se suscita una libre adhesión del educando hacia con el docente, desde esta perspectiva se ve a la intervención como una tarea conjunta en la que el docente es capaz de prestar ayuda con autoridad y cooperación.
La autoridad es el ingrediente necesario para llevar a cabo una acción educativa, entendiéndola como una forma de ayuda asertiva, eficaz y formativa, el acierto surge en el momento en el que se ejerce autoridad justo en el tiempo y la forma idónea, la eficacia se entiende cuando resulta significativa, cuando realmente propicia un cambio, una reflexión y el aspecto formativo de la autoridad porque promueve una actitud positiva, impulsada por la libertad y la voluntad del educando.
Al aceptar el compromiso de ser maestros estamos asumiendo a su vez una responsabilidad social que implica actuar con creatividad, que demanda al docente descubrir su estilo personal de intervención tomando como base el deseo de ayudar a sus educandos proporcionándoles las herramientas necesarias para que puedan valerse por si mismos, la intervención educativa demanda innovación, implica una actitud critica y una mente abierta.
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